Barreiro

Calle abierta de Barreiro con casas en ruinas, un bote abandonado y una pintada colorida en una pared.

A la hora de escribir esta entrada, han pasado aproximadamente siete semanas desde que me subí al avión rumbo a Lisboa. Como siempre, es una decisión difícil y conlleva sopesar lo que ganas y lo que pierdes, incluso si aún no lo sabes. Y esa es la cuestión del asunto: ¿cómo decidir los pros y los contras de algo que desconoces? ¿Cómo sabes que la decisión que estás tomando va a mejorar tu vida si no sabes lo que vas a encontrar una vez tu avión despega? No tiene una única respuesta pero quiero compartir la mía: salir de tu zona de confort de esta manera es una de las mayores y más valiosas experiencias que puedes llevar en tu mochila de vida.

Han sido casi dos meses de no parar: nuevo estilo de vida, nuevo esquema mental, nuevas personas, nuevo trabajo. Lo común sería que la primera entrada de mi blog como experiencia directa de mi vida en Portugal fuera algo sobre Lisboa, ya que es allí donde estoy viviendo. Pero he querido hacerlo algo diferente, ya que ha habido un pequeño lugar que me ha inspirado de otra manera para escribir lo que estoy escribiendo: Barreiro.

Lo primero sería explicar cómo acabé el viernes en la otra orilla del Tajo, cruzando uno de los barcos que navegan ida y vuelta de las diferentes regiones del sur del río, pero la verdad es que no lo sé ni yo. Después de un infructuoso intento por realizar un trámite en el consulado, y ya que tenía el día libre, quise ir a uno de mis lugares preferidos en Lisboa: la Praça do Comércio. Ya podía imaginarme sentado en una de las terrazas al caluroso sol disfrutando de un buen y suculento café.

Molinos en la costa de Barreiro en un día despejado.
Molinos en la costa de Barreiro

Esta imagen en mi cabeza duró relativamente poco. Después de salir del metro por Terreiro do Paço, me di cuenta de que me había equivocado de salida y acabé donde el ferry. Así que pensé: ¿y por qué no? El primer ferry se dirigía a Barreiro, en la orilla sur del río Tajo. Tomé la decisión sin pensarlo demasiado, o mejor dicho, tomé la decisión sin pensarlo en absoluto. Aproximadamente media hora después, entre esperas y el viaje propio del barco, llegué a Barreiro.

Al salir de la estación, me encontré con un aparcamiento enorme y autobuses que llevaban a varios lugares de Portugal que desconocía, así que seguí andando y como de costumbre, intenté llegar a la costa. Ante mí, tenía la visión de este pequeño pueblo, con sus zonas residenciales, casas típicas, molinos, edificios destartalados y la visión de Lisboa al fondo.

Giré por una calle como otra cualquiera y me topé de casualidad con un restaurante portugués, llamado Bacchus Spiritus. Pude observar que el menú también estaba en inglés, por lo que intenté hablar al camarero detrás de la barra en una lengua que dominase, y dejar mi desastroso portugués para otro día. Éste me respondió con un perfecto conocimiento de la lengua anglosajona y con una gran amabilidad, cortesía y una sonrisa auténtica con la que da gusto encontrarse. Salí a la terraza y como es costumbre en Portugal, me sirvió una exquisita sopa de verduras y después del menú elegí un arroz con leche muy dulce y un pequeño café para ayudar a la digestión. Todo estaba delicioso; no había comido tan bien en mucho tiempo.

Iglesia de Barreiro con la fachada blanca y un pequeño campanario.
Igreja de Nossa Senhora do Rosário

Fue en estos momentos en los que esperaba la comida y el camarero se preocupaba de que todo estuviera a la perfección, cuando tuve la inspiración y la idea para escribir esta entrada. Mientras el sol estaba en lo alto y el viento amenazaba con arrancar el mantel de la mesa, pude imaginarme con gran detalle lo que podría ser una vida sencilla en Barreiro. Acudieron imágenes muy vívidas a mi mente: el eco de mis pasos por las calles estrechas del pueblo, los susurros de las conversaciones entre los habitantes que se encontraban por casualidad, el viento ululando por las esquinas, la rutina bajo el clima templado de Portugal. Está claro que Barreiro no es un pueblo turístico al uso y es comprensible también que Lisboa esté mucho más documentada, ya sea en blog, artículo o fotografías. Aquí no existen grandes monumentos, ni espectaculares atracciones turísticas, ni plazas masificadas, ni música en directo por las calles.

Sin embargo, al final, me sentí enormemente afortunado por poder disfrutar de este pequeño rinconcito de Portugal y escapar de la que, en ocasiones es autoimpuesta, necesidad de buscar constantes estímulos a la hora de viajar. La paz que ofrecían las calles de Barreiro y la relajación que pude sentir en aquellos momentos me permitieron conectar conmigo mismo. Una paz en ese pequeño pueblo, muy parecido a los pueblos que encuentras en la España profunda, que te permiten respirar y saber que, al menos en ese momento y en ese lugar, todo va bien.

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